¿Educación emocional o emotivismo superficial? Educar no es solo gestionar emociones

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En los últimos años, la educación ha abrazado con entusiasmo la importancia de las emociones. Se habla de empatía, de bienestar, de autoestima, de gestión emocional. Y sin duda, es una buena noticia: durante demasiado tiempo, las emociones quedaron fuera del aula, relegadas a lo invisible, lo secundario, lo que “estorba” al conocimiento.

Sin embargo, no todo lo emocional es educativo. Ni toda emoción educa. Frente a la profundidad que podría tener una educación emocional bien entendida, vemos crecer una tendencia preocupante: lo que podríamos llamar emotivismo superficial.

Una corriente que prioriza el “sentirse bien” por encima de pensar, imaginar, cuestionar, resistir o transformar. Que edulcora los conflictos, que rehúye la tristeza o la frustración, que convierte la emoción en una herramienta de control o marketing. Una emoción medida, prevista, gestionada. Sin riesgo. Sin poesía.

Desde Pintar-Pintar creemos en otro camino. Un camino más complejo, más lento, quizá menos cómodo, pero más fértil.

Creemos que la emoción en la infancia no puede separarse de la belleza, la lectura, la escucha, la expresión artística. Que sentir no es solo reaccionar: también es comprender, recordar, crear. Que la tristeza tiene voz. Que el miedo puede transformarse en color. Que el arte no sirve solo para decorar una emoción, sino para revelar lo invisible.

En este contexto de tanta prisa por gestionar emociones, a menudo olvidamos que también se educa —y se conoce uno mismo— leyendo a quienes pensaron antes que nosotros, explorando ideas complejas, formulando preguntas sin respuesta inmediata.

Leer filosofía, enfrentarse a los clásicos, argumentar, contemplar una obra de arte, escribir un poema… son caminos igualmente necesarios para comprender el mundo y nuestro lugar en él.
No se trata solo de sentir: también de pensar con profundidad, de imaginar con hondura, de crear con sentido.

La educación emocional que nos importa es aquella que abre puertas: a la palabra, al pensamiento, al cuerpo, a la voz. A una convivencia más justa, a una lectura más honda del mundo.

Y desde ahí, seguimos editando, ilustrando y creando.

Lo hacemos cuando Ariel escucha la historia de sus raíces en Alegría, entre el aroma del coco y la melaza, aprendiendo que el dolor también se canta.

Cuando una niña atraviesa el duelo buscando respuestas en La mansión de las 10 puertas, y se encuentra con otras mujeres que, antes que ella, también inventaron caminos, o cuando en Nada se termina se aprende a nombrar la pérdida sin que duela del todo.

Lo hacemos en cada verso de El poema que cayó a la mar, en cada intento de volar de Lin quiere volar,
cuando un dibujo sin palabras dice más que cualquier manual para sentirse bien.

Porque creemos en libros que no explican, sino que acompañan.
Que no dictan cómo sentir, sino que hacen sentir.
Que no prometen soluciones, sino que ofrecen espacio simbólico y poético donde la emoción se transforma.

Libros que, sin decirle al niño qué debe hacer con su tristeza, le ofrecen una imagen, una voz, una historia… que le permita habitarla, entenderla, compartirla.

Eso es lo que queremos que lean niñas y niños.
Y por eso elegimos no seguir fórmulas ni modas.
Sino crear libros que respiran con quienes los leen.


Este texto forma parte de la serie Desde la trastienda del libro, una mirada personal a los procesos, decisiones y preguntas que atraviesan nuestro trabajo como editorial. Porque detrás de cada título hay una manera de estar en el mundo, de mirar la infancia, de crear con sentido.

Ester Sánchez / Editora, ilustradora y fundadora de Pintar-Pintar Editorial

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