Domingo, 16:15 horas. En la azotea del 127 de la Cuarta Avenida del barrio Los Mameyes de Santo Domingo Este, República Dominicana, luce el sol.
Como todos los domingos desde aquel vigesimoprimer día del quinto mes de 2013, María Crisálida –cuyo nombre solo ya parece el comienzo de un cuento que se llenará de mariposas– prepara libros, papeles, pinturas, cartones, alfombras, meriendas, tijeras, pegamentos… Y más libros.
Casi al mismo tiempo que las alfombras mágicas se desenrollan convirtiendo la azotea en un lugar encantado –el Club de Lectura Los Mameyes–, comienza a oírse por la escalera un ruido de risas mezcladas con el flig-flag de chanclas impacientes, tanto como los dueños de los piececitos que las calzan.
“Buenas tardes María Crisálida… ¿Qué libro leeremos hoy?, ¿cantaremos alguna canción?, ¿podremos finalizar la abeja que comenzamos a construir la semana pasada con los canutillos del rollo de papel?”, dispara Marialy.
“Hummm…, canutillos……
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