‘Arroz, agua y maíz’, de Berta Piñán, cae en las manos de quien esto escribe con algo de retraso, pero nunca es tarde, como decanta el dicho popular. Porque se trata de un poemario editado hace un año, pero sin fecha de caducidad.
Porque en sus 21 poemas hay mucha poesía, no poca ternura, y un decidido amor a los niños a quienes va dedicado. Porque cada uno de esos textos tiene un destinatario concreto, en alguna parte del mundo, desde Ciudad Real hasta Osaka, además del lector que lo acoge en sus manos.
Son, pues, 21 poemas, en metros y estructuras diferentes, desde el breve y leve haikú, tan de moda: «Despierta el mundo: / dos gotas de rocío, / el almendro en flor», hasta esos versos libres de toda atadura, que recuerdan el ‘Cántico espiritual’: «Dadme un dátil y atravesaré las ciénagas, / dadme una lámpara y no temeré las fieras, / dadme un libro y saciaré allí mi sed». Cada poema refleja un mundo, un modo de ser, de vivir, de pensar, de habitar, también de sufrir y gozar, lo que se bebe y se come, lo que se espera, lo que nos reúne y nos diferencia de los demás: los hombres, distintos e iguales, reflejados en los niños que somos, que hemos sido y que son: «En este mundo tal vez, eres lo que no se ve».
Y también lo que se ve: «Tú eres la playa de marzo / y la nieve en primavera, / eres el sol de las noches / y la luna mañanera». «Aquí, / la arena bajo los pies, / la hierba fresca de allí».
Y los mejores deseos: «Cuando yo sea más grande, / voy a llevar a mi pueblol esa fuente y ese río, / para que beban las vacas, / para que beban los niños, / y mamá ya no se canse / y así, se quede conmigo».
Y mucho más.